martes, 19 de enero de 2016

DIFÍCIL... PERO VALE LA PENA...Ser padres.

Qué difícil es a veces ser madre. (Y lo digo así, de entrada, para que nadie diga que nunca avisé).
Qué difícil es no enfadarse cuando delante tienes a tu hijo que hace exactamente lo contrario de lo que querías que hiciera. 
Qué difícil es no tomártelo como una ofensa, decirte “no es nada personal, es pequeño”.
Qué difícil es toparse con su rabia incontrolada, su estallido de emociones, su malestar que todo lo tumba.
Qué difícil es acompañarlo de cerca, agacharse, no juzgar, callar.Porque… es muy difícil conseguir detener las frases que se amontonan en el cerebro y que luchan a ver cuál es la más gorda y quieren salir por tu boca y herir, herir igual que te están hiriendo ti. 
Qué difícil es mantener la boca cerrada y no decir ninguna tontería de la que luego, seguro, (lo sabes) te arrepentirás. Es tan difícil mantener la cabeza clara y no hacer caso a lo que te dice esa vocecita de años y años de creencia de que los niños son unos manipuladores…! Mantener la cabeza clara y no hacer caso cuando la vocecita en forma de diablillo te dice “te está tomando el pelo, debes demostrarle quién manda aquí, ya basta de llorar, que se calle, que se comporte, que se controle, eso ya lo debería saber hacer, ya es bastante mayor para saber eso”, etc.

Es tan difícil aguantar esa presión que sube por el abdomen y que, lo sabes, es agresividad. No la suya, sino la tuya. Es tan difícil aguantar el miedo que te hace sentir eso. Eso, por el hijo que tanto amas… 
Aguantarla allí, atada de manos y pies para que no se escape. Ya gritarás más tarde cuando nadie lo oiga, pero ahora no. Qué difícil es decirse “ahora lo importante es él, no yo!” y estar a la altura. 
Es tan difícil conectar con el amor profundo que sientes hacia este pequeño que ahora grita y llora, y que te rechaza y te empuja y no quiere saber nada de ti. 
Es tan difícil no engancharse a su emoción y mantenerse al margen, centrada, sabiendo que son “sólo” emociones desbocadas.
Es tan difícil en estos momentos no sentir el niño pequeño que todos tenemos dentro que también grita y llora y quiere ser escuchado porque en su momento tampoco fue acompañado como quería y necesitaba. 
Es tan difícil no conectar con la carencia que un día sentimos y centrarse sólo en el adulto que somos hoy.
Es tan difícil lidiar con el malestar de tu hijo cuando estás cansada, cuando quieres dormir, cuando tienes prisa, cuando tienes que atender al hijo menor, cuando no puedes (simplemente) atender en ese momento esa necesidad de explotar, de atención, de “¡hazme caso ahora!”.
Es tan difícil no levantar el tono de voz, no permitir que se escape un “aquí mando yo!”, no aplicar la autoridad como no soportabas que te la aplicaran a ti. 
Es tan difícil no caer en los mismos errores y dejar de propagar la cadena una generación tras otra…
Es tan difícil aceptar que a menudo no tenemos ni idea de cómo gestionar las emociones en forma de rabia, de llanto ensordecedor, de ira de nuestros hijos. 

Aceptar que a pesar de que lo queremos hacer tan bien como sabemos, a menudo lo hacemos de pena. 
Aceptar que en muchos momentos nos desconectamos del amor y lo que nos viene es rabia y ganas de salir a correr y no volver jamás.! 
Aceptar que a pesar de que decimos que le queremos incondicionalmente, a menudo lo amenazamos, le hacemos chantaje y mostramos a nuestro hijo que nuestro amor es mucho más condicional de lo que se pensaba. Es tan difícil, cuando tu hijo te dice “déjame, no te quiero, quiero a papá (o mamá)”, no notar esa punzada en la autoestima, ponernos en su lugar, entender qué nos pide, qué necesita… 
Es tan difícil, en ese momento, mirarle los piececitos y ver que “sólo” está creciendo, que es pequeño, que aún no sabe decirte lo que le ocurre de otra manera…
Es tan difícil, una vez ha pasado la tormenta, no hacerlo sentir culpable. O culpabilizarnos nosotras y esparcir la culpa por toda la casa… Quedarnos hechas polvo y verlo todo de color gris oscuro tirando a negro…
Es tan difícil, después de unos cuantos días difíciles, no comparar tu hijo con el resto de niños de la clase, del vecindario, del grupo de amigos… y no pensar que el tuyo es el más difícil de todos…!
Es tan difícil no sentirse sola en plena tormenta… no tener ganas de tirar la toalla y decir “que alguien me releve que yo me bajo”… no tener ganas de meterse en la cama y dormir 16 horas seguidas…
Es tan difícil no pensar, en algún momento, “como es que nadie me había dicho lo difícil que era ser madre!”Y justamente…Quizás por eso, porque es tan difícil, porque el compromiso adquirido cuando decidimos tener un hijo era tan bestia, quizá por eso, es tan importante y tan trascendente SENTIR que: Vale la pena. Vale mucho, mucho la pena.


Sencillo y humilde consejo:

Nuestros hijos aprenden con las experiencias que les generemos es decir con el ejemplo, no con las palabras solamente... Recuerden esto: -"dime y lo olvidó, enséñame y lo recuerdo, involucra me y lo aprendo."

Esteban Crespo Almara.

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